Pena es decir poco. Siento pensamientos con las aurículas que jamás han rozado la lengua de un ser humano. Es la materia oscura desconocida descubierta en el vacío más absoluto, un hallazgo inerte, tóxico y con beneficio negativo. Altero la realidad, comprendo el lenguaje de las paredes, el dialecto de los rincones y los gritos de las esquinas del pasado. El ruido es tan ensordecedor que me aturde durante eternos instantes de los que salgo empapado como si hubiera bailado en coma en el interior de la tormenta.
Su periodicidad es abrumadora. Los sueños ya no son vía de escape porque viví dentro de uno. Me he diagnosticado un orificio en el pecho a base de verme atrapado ciertas noches en sueños maravillosos que se vuelven pesadillas al despertar. El resto del universo de mi alrededor parece moverse a otra velocidad o ajeno a la oscuridad que los rodea bajo cada muestra de cariño (de fuerza igual y opuesta). Trato de aprender a andar en una bicicleta sin pedales, pero sigo buscando con los pies el mecanismo que, unido al eje, hace posible el movimiento fluido.
Estoy cansado de bicicletas. Solo sirven para llegar a lugares que dentro de cientos de años serán historias tristes achicharradas por la soledad.
¿Se puede vivir sin ellas? No. Pero sí se puede morir sin ellas. Se puede morir con ellas. Hasta la fecha no he conocido horror de más baja temperatura, capaz de congelar los escalofríos más negativos en la escala determinada por los hombres.
He descubierto que existe la necesidad de afecto, con su correspondiente falta. ¿He caminado tan ciego toda mi vida? ¿Todos tienen esta terrorífica visión de este mundo adyacente en algún momento de sus indiferentes vidas? Quiero deshacerme de este nuevo sentido que me hace sentir como cuchillas las faltas de cariño, pequeñas o grandes. El dolor es tal y golpean tan fuerte antes de cortar en la cicatriz del anterior ataque, que ni los médicos conocen remedio alguno para tales heridas. El auténtico cáncer del hombre es él mismo y el oxígeno que le da la vida es respondable de la propagación de enfermedades. El efecto mariposa que provoca toda una vida desgracias en alguien descontaminado lo vapulea con la violencia y el ensañamiento propios de un descuartizador en pleno desmembramiento. Se produce un efecto dique, la ola no sigue avanzando y destroza la piedra, el bonito paisaje y ahoga la tristeza de mucha gente que desconocía lo que era morir de asfixia en lo más oscuro y tenebroso del océano de pronto ante sus narices.