martes, 8 de julio de 2008

Número I

Mi mejilla saboreó la dulzura de unos besos que parecían caídos del mismísimo cielo. Mi piel escuchaba a esos labios que la recorrían, y preveía sus movimientos. La sinestesia me agudizó el tacto y un frasco de sentimientos pareció derramarse en el interior de mis venas. ¿Cómo era posible que esos labios fueran capaces de hacerme ver cuando cerraba los ojos? La hidratación elevada a la máxima potencia. Adivinó el camino hacia mi boca palpando el recorrido con pequeños saltos. Mi cuerpo se estremecía con cada impulso que daban esos carnosos trozos de panacea. Humedecí mis labios, asustados por lo que estaba ocurriendo en la mejilla, cerré los ojos y busqué el lugar de donde venía la respiración que notaba en mi pelo. Me fundí exhalando el suspiro que contenía la última dosis de aire de fuera del paraíso. Mis manos se unieron a su cabello y juguetearon con sus rizos mientras la respiración se hacía cada vez más lenta y los párpados parecían más pesados. Su lengua dibujaba figuras en mi boca, buscaba la salida y volvía a entrar de nuevo invitada por la mía. Sus labios comenzaron a separarse, haciendo primero ventosa en la comisura superior de mi boca , separándose después con el clásico trío de fin de beso, bis y tímida despedida.

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