lunes, 12 de mayo de 2008

Desconocimiento de causa. Me ahogo en un vaso de agua.

Soy un compendio de tus noches perdidas, de tu falta de sueño y de largas madrugadas fantaseando a oscuras.
Soy el estruendo en tus oídos y el silencio de tu pensamiento perdido.
El eco de mi voz llamándote a ciegas se mezcla con el escándalo de mi risa en tu cabeza cuando menos te lo esperas.
Y lo buscas,
lo encuentras,
lo pierdes.
Y vuelves a recordar… lo tienes.
Lo tienes.

Soy la tenue luz que no sirve para leer, pero que tú pusiste en tu habitación para alumbrar la intimidad de tus solsticios, cuando apenas te mueves creando en tu letargo mi noche más larga en invierno y mi día más largo en verano, y mientras yo te espero…
te espero en el embarcadero de las horas muertas mejor aprovechadas.
Soy la mirada impúdica que al reflejarse en tus pupilas me sonroja de pies a cabeza,
los ojos de niña que enredan tu pelo de lejos para atar mis manos ante la opción de perderme…
Soy lo más opuesto, y aún así guardamos parecidos,
los más parecidos.
Estamos perdidos.
Y tú eres.

Soy el reloj parado de tus años,
el tiempo que no pasa para tu mente perenne,
la bala en la recámara
y tus canciones mal cantadas.
Soy el desastre que intenta poner orden en medio del caos, en medio de un cielo negro antes de que se apaguen sus estrellas.
Y fugaces o no… estrellas al fin y al cabo.
Soy el desastre que pone orden a los momentos comunes,
un galimatías de reducido tamaño que se hace manejable.
Y con el tiempo
y con el conocimiento
cada debacle encuentra su posicionamiento,
su lugar en un espacio tan sereno como los silencios llenos de los que hace gala cada vuelta a casa.

Sin la cabeza gacha, siempre mirando hacia adelante,
descolocando lo correcto a fuerza de señales y de besos,
de gritos inquebrantables,
de voces rotas ante las palabras fuertes.

Soy lo que soy sin remedio y por fortuna,
soy lo que ves,
lo que te asusta.
Lo mismo que te salva y te acompaña adonde quiera que vas
dejando el mismo espacio que exige la libertad.
Espacio infinito entre dos manos pegadas,
y sigo siendo.
Y soy el koala en tu espalda,
tu calor,
tu manta,
la contradicción más grande jamás creada;
el témpano de hielo que se funde entre tus brazos,
que deja gotas frías,
que sacia la sed del hombre más cansado.

Soy el mar de mi naufragio,
yo...
soy mi propio vaso,
el agua que rebosa y precipita en los misterios ya secos.

Soy el mar… en calma
de las playas más templadas.
Ni frio ni calor.
Tú eres. Soy.

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