domingo, 4 de mayo de 2008

Reservado

Cuando dije que sería complicado me refería exactamente a eso,
ni más ni menos complejo que lo más arduo que me habría imaginado en aquel momento.
Pero no me hacía una idea cercana,
aproximada… hasta que mi entendimiento también se vio vulnerado
y se cayó de la mesa en la que estábamos cenando.

El mismo impulso araña una y otra vez los labios y la cabeza,
y cuando de tanto tragarlo te rasga la garganta,
el vino que bebes para aliviarlo no hace sino teñir de rojo hasta los ojos…
llorosos…
... los ojos.

-Ahora vengo, no tardo.
-Tranquila, a mí no me pasa lo mismo que a ti cuando te quedas sola. Te espero.

Me levanté serenamente,
y dejando la servilleta sobre el mantel caminé hacia el baño con la esperanza de que al verme la espalda fueras capaz de recordar el dibujo exacto que hacían mis lunares.
Te dejé solo,
pensando en si todavía tendría las uñas de los pies pintadas del mismo color o si por las noches aún bailaba tangos con tu sombra cuando terminaba de contar.
Eso yo no lo sabría,
pero volví a la mesa,
cogí mi servilleta
y devoré sin miramientos el postre de incertidumbre con arándanos y chocolate
al no saber descifrar en tu mirada si el postre se alargaría hasta el alba
a base de besos con sabor a mermelada
o me quedaría sola a las 3 de la mañana.

No sabía leer las contradicciones,
no sabía quién pagaría la cuenta.

Sólo derramé el vino de tu copa sin querer…
para dejar marca en tu ropa.
Sólo estaban mis impulsos
y los tuyos,
y al no saber cuándo encontrarse
reservaron mesa para el día siguiente.

Habría luna llena
y olerían como siempre.

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